Una importante clave descuidada en las comparaciones de las cartas astrales de dos personas (sinastría)
Uno de los aciertos del psicoanálisis freudiano fue señalar la extraordinaria importancia que tienen los primeros años de la vida en el desarrollo ulterior de la personalidad del individuo. Para los astrólogos esto no debió constituir ninguna sorpresa, ya que un axioma de ese estilo se halla implícito en las técnicas de prognosis basadas en direcciones y progresiones. De acuerdo con las direcciones terciarias, que trabajan sobre la equivalencia de 1 día = 1 mes, los 60 primeros años de la vida de una persona suponen un despliegue ordenado de lo que le tocó vivir por tránsitos en sus 2 primeros años; por terciarias minor ( 1 mes = 1 año ) para 60 años se consideraría un periodo de incubación de 5 años. Otro método de predicción que rastrea nuestros primeros años de vida a un ritmo muy similar al de las terciarias minor es el que utiliza como clave el ángulo que formaban el Sol y la Luna en la natividad; se levanta una carta para cada vez que este ángulo se repite después del nacimiento, más o menos cada 29 días y medio, y se le otorga una vigencia de un año a cada una, en el orden natural de sucesión; el principio que invoca esta técnica es la resonancia entre el ciclo sinódico lunar y la revolución solar. Psicoanálisis y astrología concuerdan en buscar en la infancia las raíces de la vida adulta, si bien los detalles de aplicación de este presupuesto común difieren notablemente.
Entre los procesos decisivos que se gestan en la infancia, según el psicoanálisis, están los conocidos "complejo de Edipo" y su contrapartida femenina, el "complejo de Electra". El afecto fijado por el niño en el progenitor del sexo opuesto marcará la pauta del tipo de pareja que buscará más adelante. Por esta razón, cuando se aborda el análisis de una sinastría entre los dos miembros de una pareja, una de las primeras cosas que deberíamos mirar son las cartas astrales de sus respectivos padres. Los mecanismos de identificación y proyección que entran en juego hacen que, en cierto modo, las cartas de nuestros padres sigan siendo también cartas nuestras.
Por supuesto, para aquellos niños que no han llegado a conocer a sus padres deberíamos investigar los temas natales de sus cuidadores.
La teoría psicoanalítica no es generalmente aceptada en los ámbitos académicos, donde predomina el neoconductismo o la psicología cognitiva. Ignoro hasta donde es cierta y hasta donde no, pero de entre las ideas disponibles, las tesis freudianas son las que mejor parecen encajar con mis observaciones sobre relaciones humanas desde una óptica astrológica. Tampoco es imprescindible postularla para mantener un planteamiento como el que estamos defendiendo aquí. Podemos intentar una aproximación alternativa desde el punto de vista más simple del sentido común. Pero empecemos por exponer algunos hechos, de los que más tarde ensayaremos una explicación.
Una mujer que, de niña, cuando le preguntaban si se iba a casar solía responder que cuando fuera mayor se casaría con su padre, resulta ser hija de un hombre con Ascendente Virgo, Sol en conjunción a Urano y Luna en oposición a Saturno. Cuando, con el correr de los años, al fin se casó, no lo hizo con su padre, sino con un hombre con Ascendente Virgo, Sol en conjunción a Urano y Luna en oposición a Saturno. Ambos, además, padre y marido, con el nodo norte lunar en Acuario.
La madre de esta mujer tiene el Sol en Capricornio, la Luna en Piscis y el ascendente en Libra. Un hermano de esta mujer ha tenido dos parejas de larga duración: la primera con el Sol en Capricornio y la Luna y el ascendente en Libra, la segunda con el Sol en Capricornio y la Luna y el ascendente en Piscis.
Es sólo un ejemplo, tomado de mi entorno familiar... esa mujer es mi hermana y su madre es la mía. Estos datos tienen claras evocaciones edípicas, pero lo que sigue no es tan directamente relacionable con el esquema freudiano.
En un tiempo en que andaba recopilando datos natales de grupos familiares para un estudio estadístico, descubro que la madre de uno de mis más íntimos amigos -el único con el que he compartido vivienda en varias oportunidades- tiene el Sol en Capricornio, la Luna en Piscis y el ascendente en Libra, combinación idéntica a la de mi propia madre, y está casada con un Acuario, que es también el signo de mi padre.
Un segundo amigo resulta ser hijo de otra madre capricorniana con Luna en Piscis. Otros dos, que son hermanos, son hijos de padre y madre Capricornio, uno de los cuales nació el mismo día, mes y año que mi propia madre. Todavía encuentro algunos Capricornios y Acuarios más entre los padres de mis amigos... ; por otra parte, algunos de estos amigos míos son también amigos entre sí.
¿Qué significa todo esto? Los amigos son aquellas personas que escogemos para que formen parte de nuestras vidas en función de simpatías y afinidades. ¿cómo es, entonces, que las afinidades más marcadas se dan entre las cartas de nuestros padres y no entre las nuestras? Tal vez, después de todo, se trate sólo de una curiosa serie de coincidencias que no se vuelva a encontrar más en ningún otro grupo de amigos. Pero si no es así, si esta situación responde verdaderamente a una causa astrológica, entonces está claro que arrastramos con nosotros las cartas de nuestros padres de una manera reconocible.
En los primeros años de nuestra vida nuestra dependencia de los padres o cuidadores es total. El instinto de supervivencia se acomoda pronto a las condiciones que éstos nos imponen y a su modo de ser. No estoy hablando aquí tanto de la educación o normas de convivencia, que dentro de un mismo ámbito cultural no difieren mucho de unas familias a otras, como del estilo personal de interacción en nuestros contactos con los padres. Los niños lo imitan todo y el ritmo de vida, el temple emocional y el repertorio gestual de los adultos más cercanos no son excepciones. El molde de la personalidad de los padres deja su sello en todos sus hijos, que no se parecen sólo por la parte de material genético que comparten.
Obviamente, para que los padres puedan dejar la huella de sus cartas astrales en el modo de ser de sus hijos es preciso que, previamente, se hayan liberado de la presión de las cartas de sus propios padres, o que, al menos, las hayan desplazado a un segundo plano. Podemos suponer que el contacto con nuestra propia carta o la capacidad de expresarla plenamente es algo que se va abriendo paso paulatinamente en el transcurso de los años, a medida que vamos aprendiendo a desligarnos de la atmósfera familiar original y a reconocer nuestras necesidades propias y su legitimidad.
En los primeros ejemplos que he mencionado, los que parecen concordar bien con los complejos de Edipo y de Electra, podemos entender que ante la presencia del otro se produce una reacción de reconocimiento del estilo de comportamiento de nuestro progenitor favorito. Esto facilita el trasvase de afectividad. Sea que se admita o no la existencia de tales complejos, algo que sí parece plausible es que el modo de ser de nuestros padres, en condiciones normales, haya forjado en cada uno de nosotros una manera particular de sentirnos seguros, "en familia", "en casa", cómodos, apreciados y protegidos. Cada vez que nos encontremos con una persona que reproduce el estilo general de comportamiento de quienes nos protegieron de niños, esta persona evocará la misma sensación de seguridad, de confianza y de familiaridad que nos inspiraban aquellos. Además, contamos ya con un largo aprendizaje de cómo lidiar con personas de esa naturaleza, porque tuvimos que desarrollar esos recursos para adaptarnos a nuestro entorno familiar; así que todo nos parece más fácil, sabemos qué terreno pisamos... o eso creemos.
¿Pero qué sucede con el segundo grupo de ejemplos? En el caso de las relaciones de amistad mediatizadas, al parecer, por las configuraciones astrales de nuestros padres, no son nuestros amigos los que nacieron bajo esos temas ni se trata de relaciones de pareja. Así que invocar el Edipo parece fuera de lugar. Se podría aducir que, si nuestros amigos dejan traslucir las cartas de sus padres, en cierto modo es como si fueran las suyas propias y que, a fin de cuentas, las relaciones de amistad, según la ortodoxia psicoanalítica, son relaciones eróticas de fin inhibido. Es una posibilidad, quizá rebuscada, pero que deja cierto espacio a la unificación de ambos procesos -emparejamiento y amistad, según los patrones celestes de nuestros mayores- bajo una sola explicación.
Otra forma de verlo es la siguiente. Lo desconocido genera cierto grado de inquietud y temor. Entonces, la irrupción de un desconocido en nuestras vidas provoca algún desasosiego o, por lo menos, dudas respecto del significado de sus actitudes y acerca de cuál sea la mejor manera de interactuar con él. Usaremos nuestra experiencia previa en el trato con otras personas como principal auxiliar para interpretar y prever las reacciones del recién llegado. Cuanto más familiares nos resulten, de entrada, esas reacciones menos trabajo de acomodación tendremos que hacer; al mismo tiempo, nos sentiremos menos amenazados, más relajados, todo lo cual repercutirá en una relación más fluida, en la que se entrará fácilmente en confianza. En el supuesto de que la relación con nuestros padres no haya sido especialmente traumática, encontraremos que las personas que se comportan más o menos como ellos nos resultan de lo más familiar y tranquilizadoras. De este modo, y sin necesidad de postular ningún extraño complejo, podemos explicar las coincidencias observadas entre los patrones astrales de cónyuges y progenitores. Y en cuanto a los amigos, podrían caber dentro de esta misma explicación, en la medida en que hayan mimetizado el comportamiento de sus padres.
Los amigos personales a los que he aludido lo son desde la infancia o la adolescencia. Los lazos se formaron, pues, en una periodo en que el influjo familiar es todavía muy fuerte y la personalidad no ha completado su desarrollo. Se diría que una especie de sistema de señales entra en acción a la hora de escogernos mutuamente y que esas señales tienen mucho que ver con lo que nuestros padres nos han enseñado a apreciar y a evitar. Más adelante, en la búsqueda de nuestra propia identidad suele tener lugar una reacción contra las pautas aprendidas, que permite el afloramiento de nuestra propia carta astral. A menudo, esta autodefinición tiene lugar durante un noviazgo o enamoramiento. La expresión "salir con alguien" puede leerse en clave simbólica como el proceso de dar salida a nuestra identidad oculta, promovido o catalizado por la acción y atracción del otro. De hecho, es en nuestras relaciones con los demás donde tenemos la mejor oportunidad de conocernos a nosotros mismos. Sin embargo, parece que precisamente entonces, cuando nos decidimos a ser nosotros mismos, sacudiéndonos el corsé paterno o materno, echamos en falta ese sentimiento de confortable seguridad que nos proporcionaba el molde familiar y acabamos buscándolo en el otro, en nuestra pareja, a la que cargamos con la responsabilidad de reintegrarnos los elementos paradisíacos de nuestra infancia sin tener que renunciar a la independencia y autonomía del adulto.
La importancia de estos antecedentes cosmobiográficos en la estructuración de nuestro mundo de relaciones aconseja proveerse de más datos que los natales de los dos miembros de una pareja cuando queremos abordar el análisis de su sinastría. No solamente conviene inquirir información sobre los padres de ambos, sino también sobre otras muchas personas que han convivido largamente con ellos o les han dejado huella. Cualquiera que les haya gratificado y hecho sentir bien o haya cumplido una función importante en la intimidad de sus vidas, una tía, un hermano o un amigo, puede servir como modelo o precedente para una relación de pareja posterior, con independencia de su sexo. Y de esto también tengo unos cuantos ejemplos registrados. Por supuesto, cuando una persona ha tenido varias parejas, conviene examinar las cartas de toda la secuencia, porque es muy frecuente que contengan elementos repetitivos. Cada relación abre un surco por el que es más fácil que circule la relación siguiente. No existimos al margen de nuestra historia. Por eso suele resultar bastante infructuoso comparar directamente los aspectos entre dos cartas y tratar de valorar sólo con eso la calidad o naturaleza de una relación.
© 2001, Julián García Vara
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